¡Qué hermosa tu panza!
Mi panza, fue la última parte del cuerpo con la que hice las pases. Amar tu cuerpo, es un camino de varias estaciones, y de mucha práctica. Siempre pensé que quería un abdomen planito, planito. Bronceado, y hasta se me ocurrió la loca idea de hacerme un piercing. Aún en mis épocas de más delgada, siempre quería la panza más plana, más dura, más fuerte.
Cuando Dios nos concedió la gracia del embarazo, me propuse una sola cosa: nada de criticar al cuerpo. Sí, me siento grande, a los siete meses, ya es incómodo moverme. El cuerpo hace su trabajo de engendrar vida, y le permití que se tomara todo el espacio y tiempo que necesitara.
Soy sensible, también de la piel. Es fácil que me salgan pecas por el sol, o que me ponga roja al calor. Soy tan especial a los químicos, que me salen granitos al contacto con mi propio sudor en la playa. Así que tan pronto confirmamos la noticia, corrí con la dermatóloga para ayudarle al cuerpo en su labor de elasticidad.
Me recetó dos cremas, que por prescripción médica se ponen dos veces al día. Jamás me había puesto crema en la panza. Mucho menos con masajes en círculos. Nunca antes le puse atención a la panza, más allá de juzgarla en el espejo y tratar de esconderla con ropa holgada, o cruzando los brazos en las fotos, o poniéndome detrás de alguien, como asomada, para que no hubiera evidencia de mi panza en el Facebook.
Hidratar la piel se convirtió en un ritual de conexión con la parte más vulnerable de mi cuerpo. Por primera vez, me daba chance de sentir, de acariciarla, de darle cuidados, de estar súper pendiente de cualquier cambio.
Luego me engolosiné y cada mañana, me alzaba la pijama para preguntarle a mi Adorado Esposo si el embarazo ya era evidente. Por primera vez dejé que mi Socio de Vida me acariciara la panza, sin quitarle la mano, ni rodarme para esconderla.
El amor no se puede ocultar, y cada semana, la panza iba reclamando orgullosa su protagonismo en mi cuerpo. Hasta le robó cámara al busto, y eso en mi caso, ¡es decir bastante! Descubrí que mi cuerpo es sagrado, un templo, un vehículo de la vida. A pesar de disfrutar el tacto y los abrazos de otros, me di cuenta que a mi cuerpo, a mi panza, no le gusta ser tocada por todo mundo.
Creo que las embarazadas, al menos yo, podría usar un gafete que dijera:
“AVISO: Si me tocas la panza, te agarro las chichis”.
¿Quién le dijo al mundo que una panza redonda es permiso o invitación para que todos se abalancen sin piedad para tocar?
Con el embarazo me volqué hacia mi cueva. Sí, sí comparto con otros, y estoy contenta. Solo que descubrí que a mi cuerpo le gusta ser tratado, con intimidad, en silencio, yo lo respeto. Entendí que mi cuerpo es mucho más que un adornito para ser presumido. Es mi templo privado y el vehículo que elegí para esta experiencia de vida.
Me gusta tomarme fotos con gente que quiero, especialmente en el trabajo -go figure! Soy de las locas que son libres y les gusta su trabajo-. Así que el día de una Expo, se me hizo lo más fácil pedir que nos tomaran una foto, a dos amigas y a mi, que curiosamente coincidíamos en el dichoso evento.
La avalancha de comentarios no se hizo esperar en las redes sociales, al verme con mi vestido de lunares, el único que tengo de maternidad. ¡Ah! Por que estoy embarazada y sigo coqueteando con el minimalismo...
¡Ya se te ve tu panza hermosa!
¡Te ves divina con esa panza!
¡Te ves súper bonita embarazada!
¡Amigaaaa tu panzaaaa la amooooooo!
Me caché con mi sonrisa socarrona. Sí, sí a mi también me gusta mi panza. Sí, sí acepto todos esos comentarios porque me los merezco, y porque también estoy enamorada de mi panza redonda y mi ombligo sumido. Hoy me gusta. Ya me gusta. Ya la abrazo, la acaricio, le pongo cremas, la hidrato y estoy atenta a cualquier cambio en la textura de la piel; la asoleo para que esté calientita.
Ahora esa panza es la que nos permite a mi Adorado Esposo y a mi, comunicarnos con el bebé. Mi panza es la línea telefónica con la que le contamos que estamos felices, nos confesamos que todavía no tiene cuna, y nos sorprendemos cuando por debajo de la piel, él responde y se mueve.
Nuestra panza merece todos esos halagos, no solo en el embarazo.
¡Qué hermosa tu panza, que como la mía, está creciendo engendrando vida!
¡Qué hermosa tu panza, que fue vehículo para encarnar la vida!
¡Qué hermosa tu panza, suavecita, que te mantiene viva!
¿Sabes que la grasa abdominal es una forma de tu cuerpo de demostrarte amor? ¡Sí! Es la única forma que tiene, de aislar el exceso de grasa, para que tus órganos internos sigan funcionando.
Esa panza, te mantiene viva, especialmente cuando no la tomas en cuenta para tu forma de nutrirte. Ella sí, ella te ama, te quiere siempre.
Es tu panza, el centro emocional del valor, del coraje, de la voluntad.
Tu panza hermosa, es donde radica uno de los centros de la intuición y premoniciones.
Te presto mi gafete de embarazada, para que te pongas cremas y acaricies tu panza, la liberes de los pantalones apretados y le compres ropa cómoda. Deja de pellizcarte, de sumirla frente al espejo, de decirle cosas feas. Porque tu panza, como todo el cuerpo, te escucha.
Escúchala, empieza a tomarla en cuenta para lo que quiere comer. Experimenta con detenerte ante los primeros susurros de satisfacción, y no hasta que la lengua caprichosa se hastíe del sabor.
Tu panza, hace lo mejor que puede. Es tu vehículo para sintonizar con el hambre, es tu fuente de intuición y de sabiduría.
Tu panza, ni más ni menos, es la que te ayuda a digerir la vida.
¡Qué hermosa tu panza!